Nadie parecía saber quién era el tal Zorbleck. Sólo sabíamos
que el bar recibía su nombre en honor al tipo cuya deteriorada holografía nos
miraba ceñuda detrás de la barra.
Traté de preguntárselo una vez a Mike, el cantinero, pero me lanzó una mirada de
desprecio y siguió intentando quitar una mancha imposible con un trapo que
estaba más sucio que la copa.
Una de las cuatro manos de Mike acariciaba la culata de su vieja pistola mientras observaba a una pareja de borrachos que discutía si hubo chanchullos en las decisiones arbitrales del último juego.
Finalmente se fueron con su alboroto a otro lado y Mike
pareció casi decepcionado cuando soltó el arma.
El terrícola llegó temprano, poco antes de medianoche, pero
ya estaba ebrio.
-¡No tenía una idea tan mala desde la vez que me tiré a
aquella puta de Tezmann 67!- Anunció a grito pelado.
-¿Qué has hecho ahora Pete?- Pregunté mientras mi visión
alcoholizada intentaba enfocarle correctamente.
-¡Me he tirado dos putas de Tezmann 67!
Todos los demás parroquianos estaban inconscientes o
demasiado concentrados en el fondo de sus vasos, así que mi carcajada ruidosa
retumbó groseramente y durante una fracción de segundo pensé que Mike me
dispararía.
Pete era conocido por dos cosas en todo el pequeño satélite:
Por sus borracheras y por ser terrícola (Aunque eso creo que ya lo mencioné).
Humanos habíamos muchos en este moridero, pero nacido en la
tierra, sólo Pete.
Pete antes, si creemos las historias que solía narrarnos
cuando recién llegó, tenía esposa e hijos en la tierra. Un día su mujer se
largó llevándose a los niños y sin darle más explicaciones. La nota no podía
decir menos: “Me largo”.
-Que se había largado ya lo había notado. Pudo mejor haber dejado
una nota qué dijera por qué.
Sin poderlos ubicar (Y sospecho que tampoco lo intentó
mucho), Pete se enroló en una nave de explotación minera. De ahí saltó a varios
empleos en distintos planetas hasta que un día se colocó en suspensión y se
auto envió en un carguero al agujero de gusano más cercano.
Sesenta años después despertó no muy lejos de este sucio
satélite con una sed de los mil demonios que no se le ha curado nunca.
-He visto tantas maravillas en este universo, muchacho. Las
extrañaré cuando mis ojos no vuelvan a percibir la luz- Comentó con voz triste.
-¿Por qué no vas a percibir la luz, Pete?- Pregunté
sinceramente preocupado.
-Porque las mierdas que nos vende Mike nos dejarán ciegos
jajaja- Esta vez sí estuve seguro de que Mikrenjemdatz (O algo así, Mike para
los amigos humanos) nos llenaría el culo de lo que sea que dispare esa vieja
pistola, pero su carcajada fue aún más fuerte que la de Pete.
-¿Quieren probar algo realmente bueno, imbéciles?- Preguntó
Mike dándome un manotón. Nos apresuramos a contestar que sí para no tentar más
la suerte.
Con una leve cojera, Mike se largó a la cocina y tras unos
breves instantes de metales chocando empezó a invadir la barra el olor más
delicioso que haya sentido nunca.
Yo trataba de ubicar en mis recuerdos el olor pero sin
resultado. Pete salivaba ansioso, diciendo una y otra vez:
-¿Es posible?
Mike regresó con cervezas, tres platos de puré y carné asada
con olor a gloria. La probé y tuve como veinticinco orgasmos en el paladar.
Pete masticaba con los ojos cerrados.
-¿Saben qué están comiendo, patanes?
Yo contesté que no y Pete contestó con una palabra que me
sonaba haber oído alguna vez:
-Oveja.
Mike indignado refunfuñó:
-¿Oveja? Es carne de blasmer. He comprado unas cuantas para
criarlas y vender su carne a los restaurantes finolis. Nadie más las cría en
este sistema y seguro que me haré de oro. Claro que aquí en el bar no sacaré
nada, me han dejado claro que no están hechas para el gusto de cavernícolas
como ustedes.
-¿Qué diablos es una blasmer?- Pregunté. Mike me arrojó una
ficha holográfica que empezó a proyectar sobre la barra un animal cuadrúpedo
con la cara negra que parecía estar recubierto de algo esponjoso.
-Lo sabía- Gritó triunfal Pete –Puedes llamarlas como
quieras, pero siguen siendo putas ovejas terrícolas.
-Ignorante. Las blasmer son nativas de Centri 8. No digo que
no puedan parecerse a tus tales ovejas, eso no lo sé. Pero no son lo mismo.
Siguieron discutiendo un rato si eran o no ovejas hasta que
Mike se largó a la cocina con los platos sucios. Ahora Pete tenía una extraña
sonrisa en la cara y la mirada perdida del que sueña despierto o recuerda algo
hermoso.
-¿En qué piensas Pete?
-En las ovejas.
-Bueno, estaban muy ricas.
-No lo sabes bien.
-Acabo de probarlas amigo.
-No como yo.
Le serví otra copa para aflojarle la lengua pero empezó a
hablar sin tomársela.
-Pasé mi adolescencia en una granja. En varios kilómetros a
la redonda no había ninguna mujer con la que no me uniera un parentesco en
primer grado. Claro que lo que me impedía tirarme a mi madre era más su feo
bigote que la consanguineidad, pero tampoco parecía que ella o su hermana
gemela, la tía Helga, estuvieran dispuestas a colaborarme con mi problema.
-¿Cómo le hacías?
-Ovejas- Contestó suspirando.
-¿Ovejas?
-Ovejas. Ahora con tu permiso, voy a visitarlas. Ni una
palabra a Mike.
-¿No acababas de tirarte dos putas?
-Sí. Pero eran de Tezmann 67- Tal vez a otro eso le
hubiera aclarado algo.
Pete salió del bar y no hice nada por impedirlo.
Poco después regresó Mike y nos pusimos a hablar de deportes mientras bebíamos esa fuerte poción que hacía él con las plantas del pantano cercano.
Estaba a punto de perder el conocimiento cuando un grito
invadió la noche. Parecía venir de algún lugar tras el bar, no muy lejos pero
tampoco muy cerca.
-¿Qué mierdas habrá sido eso?- Preguntó Mike.
-Tal vez sea Pete- Dije riendo con la incontinencia verbal
que me produce el licor de pantano. Le conté todo a Mike sobre la adolescencia
de Pete y lo que probablemente le estaría haciendo ahora mismo a sus ovejas.
-En ese caso, es probable que ese grito haya sido Pete- Me
dijo Mike con indiferencia y empezó a frotar otra vez una copa que creo, era la
misma de siempre, que seguía inmunda –Pobre diablo.
-¿Qué quieres decir, Mike?- Le pregunté sorprendido de que no
pareciera enfadado.
-Las blasmer son carnívoras y unas cabronas muy peligrosas.
Por eso nadie quiere criarlas.