domingo, 30 de noviembre de 2014

Botellas vacías

Tenía proyectado hacerle algunos cambios pero finalmente se quedó como estaba.

Botellas vacías

Siempre trató al vino como una mujer. Tal vez porque pensaba en la botella, que por cierto, ya estaba vacía.
La sacudió en un vano intento por hacer que cayera alguna gota más.
-¿Tú también me abandonas, perra traidora?
La iba a arrojar contra la pared junto a las demás, pero finalmente decidió lanzarla contra la foto en la que abrazaba a la culpable de su borrachera. Falló por al menos un metro de distancia.
-¡A la mierda!- Se dijo con lengua torpe y se dirigió a su habitación apoyándose en la pared.
Una voz femenina y familiar sonó a sus espaldas, en la cocina. Se creía solo pero no se asustó al escucharla.
-No te he abandonado, aún estoy contigo.
Se giró sonriendo y se dirigió hacia ella. Había olvidado una botella de vino en la nevera.
-Discúlpame por haberte llamado perra traidora, cariño.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Cuando el infierno se enfríe

Cecilia era la mujer más linda de la región y nadie en su sano juicio sería capaz de discutirlo. Hasta las envidiosas del pueblo coincidían en eso.
Su belleza era casi legendaria y pretendientes nunca le faltaron, aunque ella pensaba que el príncipe azul debía estar muy lejos de los polvorientos límites del pueblo y que tal vez podía encontrar algo mejor que un pobretón de cara bonita.
Pablo, desde luego, no poseía una belleza legendaria, pero tenía suficiente atractivo como para provocar algún suspiro.
Era técnico en electrónica pero reparaba cualquier cosa que pusieran en sus manos, se tratara de un mueble de madera o un reloj cucú.
¿Serían suficientes esas cualidades para conquistar a Cecilia? No lo sabía, pero estaba decidido a averiguarlo esa misma tarde.
Se aplicó generosamente el perfume que compró porque en una ocasión le escuchó decir a ella, en la botica, que era a ese perfume que debía oler un verdadero hombre.
Peinó lo mejor que pudo el caos azabache que envolvía su cabeza y salió a la calle después de darse ánimos frente al espejo durante una hora.
Apareció, tal como tenía cronometrado, justo cuando Cecilia regresaba de sus clases de piano. Saludó con simpatía haciendo una graciosa floritura con el sombrero que se compró sólo para poder hacer frente a ella ese ensayadísimo movimiento.
Cecilia contestó con un frío "Buenos días" que más parecía gruñido que saludo. Pablo sin amilanarse la siguió calle abajo aunque ella ignoró el brazo que le tendían.
-Me preguntaba señorita Cecilia si la inclemencia de este sol tropical no despertaba en usted por casualidad la imperiosa necesidad de disfrutar un helado.
Un seco "no" contestó a la pomposa invitación y Pablo, inmune al desánimo, contraatacó:
-He notado que el hermoso reloj de péndulo que adorna su sala está detenido. Si gusta podría yo repararlo en un santiamén no pidiendo otra cosa como recompensa que unos minutos de su entretenida charla.
Otro "no" glacial escapó de la boca de Cecilia quien había llegado ya a su portal y se despidió con un lapidario "Tenga usted buen día".
Pablo, vacunado por la vida contra los desplantes se lanzó de nuevo:
-¿Podría esperar aquí hasta que salga nuevamente? Tal vez para ese entonces le apetezca un helado.
Cecilia señaló la frontera que separaba el andén de las baldosas rojas de su estrecha terraza y contestó:
-A partir de ese punto es zona pública. Puede hacer usted lo que le dé la gana.
No volvió a salir el resto del día. De vez en cuando se asomaba a la ventana pero el insoportable Pablo estaba ahí.
Terminó por dormirse y olvidar los pormenores del día.
A la mañana siguiente se llevó un susto al salir y ver a Pablo reparando una radio y a tres personas haciendo cola con cachivaches.
-¿Le apetece un helado, señorita Cecilia?
-Cuando el infierno se enfríe- Contestó furiosa.
Al regresar encontró varias chiquillas en la cola de clientes. Lucían risas tontas y cargaban artilugios a los que, estaba segura, no les fallaba absolutamente nada.
Deseó romperles la sonrisa a ver si Pablo se las reparaba, pero entró a casa sin decir ni hacer nada.
Esa noche una guitarra y una voz afinada interpretaron un bolero bajo su ventana. Un par de vecinas suspiraron, pero no Cecilia.
Cecilia llenó de agua la olla más grande que pudo cargar y lanzó el contenido por el balcón. Pablo siguió tocando la guitarra y cantando más fuerte para sofocar los insultos de las vecinas contra su amada que sorprendida,  miraba oculta  entre las cortinas floreadas.
Bajo un gigantesco paraguas multicolor, Pablo rasgaba la guitarra mientras le ofrecía un helado nocturno.
Con el tiempo los hombres dieron a Cecilia por caso perdido. Algo similar pasó con Pablo que siempre tuvo una buena clientela pero que ya no era visitado por las solteras excepto cuando realmente se les dañaba algo.
La vida en el pueblo siguió su rumbo. El cura huyó de unos padres enfurecidos, el alcalde terminó preso por malversación y Cecilia rechazó miles de helados mientras Pablo reparaba cosas anhelando que ella diera su brazo a torcer o el infierno se enfriara.  Lo que ocurriera primero.
No hubo que esperar un cambio climático en el averno para que Cecilia se vistiera de novia, aunque sí mucho tiempo. Exactamente doce años.
El novio esperaba en la iglesia y Cecilia, fiel a su estilo, se hizo esperar. Salió vestida de blanco, radiante y del brazo de su padre. Nadie en su cuadra se le acercó a felicitarla y de hecho los pocos que estaban observando cerraron las cortinas con desaprobación.
Antes de subir al lujoso auto engalanado de flores, Cecilia depósito en el andén un vaso de helado. El último homenaje al hombre que murió bajo su balcón con una guitarra en la mano.
Durante el último año siempre hubo bajo el solitario paraguas multicolor un helado. El sabor variaba porque Cecilia nunca tuvo oportunidad de preguntarle cuando estaba vivo, qué sabor prefería. O tuvo mil oportunidades, pero no lo hizo.
Cecilia aprendió una lección de Pablo, pero no la que él quería: Cecilia aprendió a esperar. Si Pablo podía esperar por ella, ella podría esperar por su príncipe.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Mi alienígena de ojos azules

Sus ojos me tenían cautivado. Admito que al principio me molestaba que fueran más de dos, pero eran de un azul tan hermoso que un día me olvidé de contarlos.
Con su pecho me ocurría algo distinto, me parecía un descuido por parte de la naturaleza no haber armado a las mujeres terrícolas con el mismo arsenal. No pueden imaginar lo divertidos que resultan tres senos a la hora del amor.
Ambos sabíamos que no acabaría bien. Pronto finalizaría esa misión que la retenía temporalmente en la Tierra y de la que nunca me contó ni un solo detalle.
Ella no podía quedarse aquí. No podía respirar nuestro aire más de seis horas sin empezar a sentirse mal. Yo no podía ir a su planeta. Con mis escasos dos ojos sería poco más que un monstruo de feria entre ellos y su aire sería tan maligno para mí como para ella el mío.
 Todas las noches, después de hacer el amor, barajábamos miles de posibilidades para seguir juntos pero ningún plan soportaba una revisión minuciosa de los detalles.
Finalmente un día se marchó sin decir nada. Se despidió de la misma forma que lo hacía siempre, sin embargo tuve la certeza de que no la volvería a ver. Puede ser que al alejarse las luces de su nave brillasen de un modo más triste o a lo mejor era que las huellas de su tren de aterrizaje en mi jardín me parecían la marca labial de un beso de adiós.
 Me quedé de pie bajo las estrellas, preguntándome si su misión en la Tierra era investigar cuántas noches necesitaba una alienígena para romper un corazón humano.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Códigos secretos




Ellos no entienden nuestro lenguaje secreto. La forma que tenemos de hablarnos sin decirnos nada.
Jamás entenderán que una falda amarilla significa que quieres que me acerque y unos pantalones negros que hoy prefieres que te observe de lejos.
Nunca comprenderán la manera en que me pides que me asome a la ventana, acariciándote el cabello de esa forma especial que sólo tú y yo conocemos.
Sólo yo sé interpretar esas miradas. La forma en que me pides amor mientras finges que no existo.
Sólo yo sé leer las palabras que se esconden detrás de las palabras. Cuando un "No" quiere decir "Sí"... Cuando un "Vete" quiere decir no te rindas.
¡Qué sabrán los jueces con sus leyes y sus órdenes de alejamiento! Ellos no comprenden todo lo que se oculta tras un "Aléjate maldito psicópata".

viernes, 21 de noviembre de 2014

Lentamente

Lentamente me acerco a la tierra prometida. Una parte de mí se deleita por anticipado mientras otra sigue esperando despertar en algún momento, abrazado a la almohada.
Lentamente acerco un dedo tembloroso a la estrecha tira de tela sedosa sobre tu hombro. Cierro los ojos esperando una cachetada o tal vez una carcajada mientras alguien me señala dónde está la cámara. Pero te toco… y eres real.
Muevo un centímetro mi mano para sentir mejor la suavidad de tu piel. La tela resbala y su compañera en el otro hombro hace lo mismo impulsada por tu mano.
Los hados y la gravedad se conjuran a mi favor y todo cae dejando al descubierto tu cuerpo desnudo. Digo en un susurro que eres como había soñado, pero es mentira. Superas cualquier cosa que mi mente pudiera soñar.
Tu boca entreabierta me reta al asalto pero sigo clavado en el suelo. Mis manos hiperventilan y a mis ojos les duele el pecho. Si no hago algo moriré.
Tú lo comprendes y me besas.
Lentamente los temores desaparecen, el mundo desaparece, yo desaparezco; sólo existes tú. Yo me he convertido en una pequeña partícula que orbita tu alma.
¿Cómo pude vivir todos estos años sin sentirte? ¿Cómo pude haber pensado alguna vez que era feliz sin conocerte?
Un suspiro y unas uñas en la espalda me devuelven a esta dimensión.
Vuelvo a caer en este planeta frío y hostil. Esta tierra odiosa de duchas rápidas, besos lanzados y anillos de casada que regresan a su sitio.

Lentamente comprendo que no saldrá bien. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Calles y pizza

El puente peatonal estaba a unos treinta metros pero en primer lugar me daba pereza, en segundo lugar no se veían vehículos en la zona y en tercer lugar ese puente siempre huele a meados y yo estaba comiéndome una porción de pizza hawaiana.
Eché un último vistazo a ambos lados de la carretera, me metí en la boca un enorme pedazo de pizza y crucé corriendo.
Escuché el grito del anciano y me giré sorprendido. La cosa no era conmigo.
-Así es como matan a la gente. A cualquier payaso lo dejan conducir.
El anciano se dirigió, ahora sí, a mí:
-Corren como locos en esas motos. Si se mataran ellos solos me daría igual. Pero siempre se llevan por delante a otro desgraciado.
Aún tenía una enorme cantidad de pizza en la boca así que sonreí con los labios apretados y las mejillas como Vito Corleone.
El viejo me dio una palmada en el hombro.
-Menos mal que es usted joven y rápido. No cualquiera hubiera podido esquivar así esa moto.
Al fin logré tragarme el pedazo de pizza:
-¿De qué moto me habla?

domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Nos lo quedamos?

-¡Mamá, mira que bonito!
-¿Pero qué te he dicho de traer bichos? Sé lo que estás pensando y la respuesta es no.
-¡Pero mami! Si estos comen poquito. Y mira, casi no tiene pelo.
-No. Definitivamente, no.
-Pero si no se hará caca por ahí.
-No, hijo. No tenemos espacio. Además, sus padres lo andarán buscando.
-¡Pero mamá! Por fa... ¿Nos lo quedamos?
-Ya te dije que no. Haz el favor de poner a ese niño otra vez en su planeta.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Clases de vuelo

Otro antiguo relato que rescato del olvido mientras termino mi nuevo cuento.


Clases de vuelo

Juan Salvador Gaviota se aburrió de vivir en el paraíso de la gaviotas.
Estaba harto de realizar los mismos estúpidos ejercicios en busca de la misma estúpida perfección. Harto de la misma playa con los mismos dos soles. La misma arena y el mismo cielo de aquel extraño color al que nunca pudo averiguarle el nombre.
Pero lo peor de todo era que en el paraíso de las gaviotas él ya no era aquel viejo mesías. Era una gaviota mas en busca de lo mismo.
Ya no había a quién decirle “inténtalo", porque todos lo estaban intentando. Nadie a quien decirle “esfuérzate”, porque todos se estaban esforzando. Nadie a quien decirle…
Juan Salvador caminó con el pico bajo hasta llegar al borde del paraíso de las gaviotas. Miró hacía abajo y observó lo que los distintos animales que poblaban la tierra estaban haciendo en esos momentos.
Cerró los ojos y se transportó a la velocidad del pensamiento. Cuando volvió a abrirlos, estaba frente a Chiang, la mas vieja y sabia de todas las gaviotas.
–Maestro - Dijo Juan Salvador emocionado
–¿Qué ocurre Juan?
–Maestro, he descubierto unos animales sumamente interesantes y sumamente inteligentes
–¿Y qué quieres Juan?
–Quiero que me des tu bendición para bajar, unirme a ellos y enseñarles a volar.
Chiang se frotó el pico pensativo y le dijo:
–Muéstrame esos animales tan interesantes Juan.
Cerraron ambos los ojos y a la velocidad del pensamiento se transportaron al borde del paraíso de las gaviotas. Juan Salvador Gaviota le mostró entonces a Chiang un grupo de seres humanos
–¿Son esos Juan los animales de los que me hablabas?
–Sí maestro, esos son.
–Mira Juan, esos animales son, como dices, sumamente interesantes e inteligentes. Pero nadie, ni siquiera tú, podrías enseñarles a volar.
Juan salvador Gaviota insistió, insistió e insistió con tantas ganas que más por desesperación que por convencimiento, Chiang le dijo:
– Está bien Juan, tienes mi bendición. Baja y únete a los humanos. Después de todo, si alguien puede llegar a enseñarles a volar, ese sin duda eres tú.
Juan Salvador Gaviota cerró una vez mas los ojos y desapareció tras un extraordinario destello que iluminó toda la playa.
Fue lo último que se supo de él.
Muchísimo tiempo después, un día cualquiera, en esa misma playa. Surcó los aires una blanca y resplandeciente criatura que llevaba en su pico una ramita.
Al verla todas las gaviotas gritaron sorprendidas:
–¡Maestro, la paloma de la paz!
Chiang les dijo que no podía ser la paloma de la paz, porque la paloma de la paz había muerto hacía años en un tiroteo. No recordaba ahora si había sido en oriente medio, en Colombia o en una calle Neoyorquina. El caso es que ese pajarraco llevaba tiempo muerto.
Aquel sorprendente ser, rama en pico, se posó en la playa y todos pudieron ver que no era la difunta paloma de la paz. Era Juan Salvador Gaviota que volvía, mas hermoso que nunca y llevando en su pico unas hojas de marihuana.
Juan Salvador se acercó a Chiang, la mas vieja y sabia de todas las gaviotas, dejó a sus pies la maría y le dijo:
–Maestro. Estábamos totalmente equivocados, de todos los animales, los hombres….¡Son los que mejor vuelan!

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La ciudad a oscuras

Sigo rescatando (Y puliendo) viejos relatos. Tenía una consigna para esta semana pero no se ocurre nada sobre el tema.

La ciudad a oscuras
 Era mi primera noche sin ti. Sorprendentemente pude conciliar el sueño hasta que el ruidoso despertador del Real Madrid me hizo levantar de un salto.
Las diez de la mañana, anunciaba con alegre alboroto mientras yo alternaba mis ojos entre él y la ventana que aún me mostraba un cielo negro y una ciudad en penumbras extrañamente poblada de habituales: Vendedores, mendigos, obreros. Lo mas selecto de la fauna local.
La ciudad era la boca de un lobo.
-Mierda de reloj- dije estrellándolo contra la pared.
¿Por qué bullía de vida la ciudad si claramente eran avanzadas horas de la noche?
-Mierda de ciudad- pensé desilusionado por  no poder estrellarla también contra una pared gigantesca.
-Ahora vengo- dije a tu foto. Posiblemente la última vez que te vi sonreír. La foto no era nada reciente.
Me puse la chaqueta y salí a investigar aunque no me importaba lo que sea que estuviera haciendo la ciudad despierta a esas horas. Mi objetivo era huir un rato de aquel apartamento lleno de recuerdos.
Crucé la calle sin mirar y recorrí la plaza cada vez más extrañado. La gente hacía su vida ajena a las tinieblas y yo me rompía las neuronas preguntándome por qué tantas personas llevaban  gafas oscuras.
Una señora se puso la diestra a modo de visera. Le indicaba a un chico como llegar a la calle Lorca mientras yo tropezaba con la gente que me preguntaba sorprendida si estaba ciego ó borracho. Prácticamente a tientas avancé hasta que me estrellé con la alcaldía. Un policía me preguntó si estaba bien y le dije que sí, que por favor me dijera la hora.
Las fuerzas policiales y el Real Madrid estaban compinchados. Eran las diez y veinte de la mañana. Saqué mi celular para iluminar el camino y por accidente oprimí el botón de rellamada.
No tuve fuerzas para colgar y me lo llevé a la oreja. Un potente resplandor iluminó la ciudad al tiempo que tu voz preguntaba con fastidio:
 -¿Qué quieres ahora?
Colgué asustado y las tinieblas me envolvieron nuevamente. Lo agradecí.
Ya no podías escucharme, pero te contesté mientras avanzaba con una mano apoyada en la pared.
-Sólo quería decirte que eres mi sol.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Búsquedas


¿Recuerdas aquella vez que buscabas tu lápiz de dibujo y lo tenías sujetándote el cabello?
¿Recuerdas cuando preocupado revolví la casa buscando mi billetera y luego descubrimos que estaba en el bolsillo izquierdo del pantalón, pero yo siempre lo pongo en el derecho?
¿Recuerdas a aquella señora angustiada que no encontraba a su pequeño y daba vueltas desesperada mientas él, a sus espaldas, giraba también tapándose la boca para no reír?
Pues eso es lo que has estado haciendo todos estos años, buscando el amor mientras yo estaba ahí.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Franky

Debía escribir un relato inspirado en Frankenstein para el grupo de FB "Seamos breves". Aunque medía menos de un folio me parecía un poco extenso con 270 palabras y he decidido subirlo acá para que lo lean bajo su propio riesgo.


Franky

Franky había cobrado vida hacía sólo seis meses pero Víctor ya se sentía un anciano y de hecho había empezado a encanecer.
Llegó dando un portazo, arrojó la mochila al sofá y tomó rumbo a las escaleras.

-Franky, hijo ¿No piensas saludar?
-¡Tú no eres mi padre, Victor! ¡Eres mi creador y te odio!
-No entiendo por qué te cuesta tanto adaptarte a la vida, hijo. No quieres hablarlo conmigo y tampoco con la psicóloga.

La mención a la psicóloga pareció enfurecerlo más.

-¡Idiota! ¿Es que no ves que soy un monstruo?
-¿Monstruo? Pero si me dijiste que querías jugar fútbol y te conseguí las piernas de aquel futbolista tan bueno. Parece que piensas que esas cosas las venden por Ebay.
-¿De qué me sirve el fútbol?
-No sólo el fútbol. Te conseguí las manos de aquel joven artista que...
-¿Sabes lo que hacen los matones del colegio a los artistas?
-Bueno hijo, puedes defenderte. Tienes ese cuerpo musculoso de aquel boxeador y un cerebro de físico nuclear. El rostro era de aquel cantante que gustaba tanto a las chicas. Seguro que todas piensan que eres muy guapo

Ahora Víctor parecía estar llegando al punto. Franky estaba rojo como un tomate. Algo se le estaba atragantando.

-Hay cosas que no tendría que decirlas. Un padre debería saberlas.
-Hijo, puedes decirme lo que quieras. Sólo dime qué necesitas para ser feliz y lo conseguiré.

Franky parecía a punto de explotar y Víctor no pensaba rendirse ahora que se estaba acercando:

-Anda hijo, confía en mí. Cuéntale a papá cuál es tu problema.
-¡Un pene, idiota! ¡No me pusiste pene!