jueves, 25 de junio de 2015

El duelo

El duelo duró poco. Ahí estaba Jhon, la réplica más rápida del oeste... derrotado.
El ingenio escondido tras las cortinas, el sarcasmo homeopáticamente diluído, la mirada por el suelo y los brazos reflejando el revés sufrido incluso desde antes de empezar la lucha.
Su contrincante esperaba con la tranquilidad ufana de quien se sabe invencible. La claudicación era inminente y no tenía necesidad de forzar más las cosas.
El vapuleado recoge los fragmentos de su ego y frustrado recita las palabras que lapidarias confirman la rendición:
-Sí, mamá.


sábado, 13 de junio de 2015

La última vez

-Esta vez sí será la última- Roberto lo dijo con la misma convicción y voluntad con que lo había dicho las veces anteriores, y aunque algo en su interior le intentaba explicar que no se dejaba la droga pegándose un último viaje, salió a buscar la que sería su ruina; no una ruina metafórica de un ser que se consumía en la degeneración... bueno sí, esa también, pero la ruina que le preocupaba en ese momento era la  económica.
No le adelantarían más dinero del salario (era probable que más bien lo echaran) y ya no le quedaba nada que pudiera empeñar. Sabía muy bien que los pocos billetes arrugados que poseía los necesitaría para comer pero en ese momento debía calmar un hambre mucho más apremiante.
Tenía justo lo necesario para una visita al único lugar donde encontraría lo que buscaba, así que se fue corriendo a los brazos de su dulce veneno.
Sudoroso y agitado llegó a una puerta destartalada que se abrió antes de tocar.
- ¡My friend!- gritó un negro musculoso con acento inglés poco creíble.
-Hola Freddy. Quisiera...
-Sé qué es lo que quieres. Anda, siéntate.
A un negro de ese tamaño es imposible hacerle una descortesía así que se sentó.
El tal Freddy sacó un porro, lo encendió, le dio un par de caladas expertas y se lo tendió a Roberto quien decidió que después de todo la cortesía tenía un límite.
-Gracias pero quisiera cuanto antes...
-Mira Roberto... Jajaja, no hagas esa cara, sé tu nombre hace mucho... Mira, sé bien qué quieres. Siempre vienes a lo mismo.
Tienes gustos caros, amigo. Más de lo que puedes permitirte a juzgar por tu aspecto. No te ofendas, pero es así. También sé que has estado empeñando de todo para seguir viniendo y eso me preocupa.
-Disculpe pero...
-Sí, piensas que no es mi asunto; pero no eres el primero al que le ocurre y siempre acaban haciendo alguna estupidez. Así que es mi asunto porque la gente que hace estupideces acaba llamando la atención de gente que prefiero mantener con los ojos lejos de mi casa.
Pero me caes bien. Me han dicho que eres un buen tipo. Todo un caballero...
Mira, es mejor que te vayas y olvides que este sitio existe.
-Puedo pagar, no se preocupe.
-Tú dinero ya no sirve aquí. Nunca creí decir esto pero debes irte a otro lugar y buscar opciones más económicas.
-No lo entiende... no puedo ir a otro lado.
-Puedes, pero no quieres. Mira, voy a cerrar este tema de una forma muy generosa: Te regalo una última visita al paraíso. Esta será tu despedida y lo que hagas después no es mi problema, pero lo harás lejos de esta casa.
-¡No puede hacerme esto!
-Claro que puedo my friend. Aprovecha mi arrebato de generosidad y despídete porque mañana la enviaré a otro prostíbulo lejos de aquí.


domingo, 7 de junio de 2015

Lenguaje de signos

En realidad escribí este relato hace tantos años que no recordaba que existía. Me sorprendí al encontrarlo en un viejo hosting donde guardaba cosas y al tiempo me alegré, porque aunque soy un crítico feroz con mis propios relatos, este tiene algo que me gusta.
El lenguaje es bastante "español de España" porque lo hice cuando vivía del otro lado del charco.

Lenguaje de signos

Me esnifé la última rayita y me metí una pirula que no sabía exactamente de qué era. Salí de la habitación con un colocón que sólo una madre es incapaz de ver.
Me preguntó si quería desayunar y le dije que no. Me preguntó si iba a salir para algún lado y le dije que sí. Preguntó entonces dónde iba y en medio de la nube de coca que me envolvía no atiné a contestar nada coherente así que cambié mi respuesta anterior por un no. No iba para ningún lado.
No sé en qué momento sucedió, pero de repente me encontraba comiendo un desayuno que no había pedido.  Es lo que tienen las madres.
La gorda vecina del frente apareció en el salón con rostro preocupado. En realidad siempre tenía la cara como si le acabasen de dar un par de hostias.
Le pidió a mi madre que por favor fuese a buscar a su hija al colegio porque su madre (la de la gorda) se había puesto mala y debía ir a urgencias en seguida.
Mi vieja le dijo que ella tampoco podía ir porque tenía un compromiso ineludible y en ese momento supe, aunque mi madre no me hubiese ni mirado, que la había cagado al decir que no iba para ningún lugar. Intenté escapar disimuladamente pero era tarde, me encasquetaron el marrón a mí y a regañadientes acepté.
Cuando la vecina se largó, me cagué en todos sus muertos y le dije a mi madre que a mí no me metiera en sus follones.
Me dijo que le hiciese ese favor a la vecina; que la hija, esa pobre chica, era sorda y había que ir a buscarla. Pregunté si era sólo sorda o también idiota o paralítica, no podía entender cuál era el puto problema que le impedía regresar sola. Mi madre me miró mal y me dijo que tenía siete años.
Me harté de protestar y me dirigí a la dirección que me apuntó la vecina en un papel mugroso. Cuando llegué aún estaban en clase y me senté a esperar fuera.
La coca se me subía y el desayuno me estaba sentando mal. Los chicos empezaron salir en un silencio que me daba muy mal rollo y comencé a creer que también me había quedado sordo.
Todos usaban signos. Movían las manos en lo que a mí me parecían aspavientos absurdos y se reían con risas inaudibles. Cada vez más estudiantes, cada vez más signos.
Ahora no alcanzo a comprender los motivos, pero lo cierto es que empecé a sudar, esos chicos me ponían nervioso. Eran decenas moviendo las manos, tal vez conspirando para matarme delante de mis propias narices. ¿Ese no había hecho un signo que parecía una pistola?
Agarré una botella vacía que estaba a mi lado y me preparé para lo peor.
Miré la foto de carnet que me habían dado y busque a la niña entre los conspiradores pero no estaba ahí.
Una nueva manada de manos dialogantes cruzó la puerta del cole y de repente me vi rodeado de críos que parecían dar vueltas. Sus rostros se alargaban y encogían mientras sus risas mudas se transformaban en diabólicas muecas.
Las manos se movían; cientos de manos produciendo un sonido parecido al ronroneo de un motor bien afinado, un motor que sólo yo podía escuchar. Pronto el ronroneo se convirtió en un ruido atronador.
Los conspiradores intentaban volverme loco, sin duda era ese su plan. Las manos eran cada vez más amenazantes y su forma de moverse debía ser lo que los sordomudos llaman gritar. Me cubrí los oídos pero el ruido de esas manos taladraba mi cerebro. No aguanté más y les grité:
¡Cállense las putas manos de una vez!
Algunos me miraron durante un segundo y luego me ignoraron. Nuevos movimientos de mano celebraban que por fin había perdido la razón.
Sentí que alguien se aproximaba por mi espalda y sin mirar le aticé con la botella. En medio de la sangre distinguí la cara de la niña de la foto. Descubrí en su mirada que ella sí me conocía a mí de antes.

Solté lo que quedaba de la botella y corrí.