Me encantaría conocerte, conocerte de verdad.
Conocer cada detalle, cada gesto, cada anécdota, cada manía, cada temor.
Conocer cada centímetro, cada gramo, cada cabello, cada lunar.
Conocer tus afanes, conocer tus caprichos.
Me encantaría conocerte, conocerte de verdad.
Conocer tus enfados y tus reconciliaciones.
Conocer tus recuerdos, conocer tus olvidos, conocer tus motivos.
Cada día, cada noche, cada triunfo y derrota.
Conocerme a mí mismo por lo que me conoces.
jueves, 19 de mayo de 2016
domingo, 15 de mayo de 2016
Quemaduras
Nadie veía las
quemaduras excepto yo. Seis meses ya y seguían sin cicatrizar… ardientes,
palpitantes, sangrantes.
Gritaba de dolor
cada vez que otra chica me tocaba en esos lugares donde, al menos para mis
ojos, seguían marcadas al rojo vivo las huellas de tus dedos. No había agua
capaz de calmar mis labios humeantes, calcinados por tus besos.
No había
analgésico suficientemente fuerte, los probé todos.
Una noche me cansé de luchar y me tiré en la cama con los ojos cerrados.
Al día siguiente
encontraron sobre las sábanas intactas, un puñado de cenizas grises.
miércoles, 11 de mayo de 2016
Confesiones
Querida princesa de la torre de hielo (¡Empezamos mal, cierto?):
Visto así no parece haber motivo para formar pareja como no sea perpetuar la especie humana. Pero lo cierto es que estoy ansioso por fusionar mi locura con la tuya.
Tal vez debería empezar por enumerar los motivos por los que considero que soy la persona ideal para ti, pero debo confesar que más allá de este amor desmesurado y kamikaze no se me ocurre otra cosa. Posiblemente te estás preguntando qué motivo podrías tener entonces para aceptar una transacción en la que te encuentras en clara desventaja.
Se me ocurren algunas respuestas, cada una más estrambótica que la otra, pero como soy un pésimo abogado defensor de mis propias causas paso a detallarte una serie de defectos y problemas con los que tendrás que convivir algún día... espero.
Antes de comenzar a enumerar todas esas cosas, quiero aclarar que el trato afectivo de princesa que me ha salido no sé cómo ni por qué, hace referencia a ese tipo de princesas que se desenvuelven con la espada y saben patear traseros. No me gustan las princesas desvalidas y preferiría que si me veo en un apuro puedas ayudarme a escapar de los dragones. Aunque quede muy friki, te relaciono más con la princesa Xena que con una princesa Disney. Sólo quería que constase en actas.
Te decía pues princesa guerrera de la torre de hielo, que hay algunas circunstancias que debes conocer:
* No me gusta afeitarme. Sólo lo hago porque la empresa me obliga y cada vez que tenga unos días de descanso tendrás que soportar el cosquilleo de mi barba.
* No me gustan las discotecas, los conciertos, y en general cualquier actividad que implique un número elevado de personas.
* Te despertaré en mitad de la noche con urgentes erecciones que reclaman atención. Esto puede parecer bueno pero hará que me odies cuando debas madrugar a trabajar, estudiar, combatir el crimen o lo que sea que te guste hacer por las mañanas.
* Olvidaré cualquier fecha que no me sea recordada por Facebook y el Google Calendar.
* Soy desordenado a un nivel tal que es probable que algún día no logre hallar la puerta de mi habitación.
* Sólo me pongo ropa interior en contra de mi voluntad.
* Mi concepto de la elegancia en el vestir se reduce a unas converse viejas y una camiseta de los Maiden. Cualquier otra cosa que quieras que use será protestada con fuertes pataletas.
* Me convertiré en un monstruo marino de innumerables tentáculos cada vez que estemos solos. No desperdiciaré oportunidad de sumergirme en ti.
* Soy apasionado (maníaco obsesivo) con lo que me gusta. Y como nada me gusta más que tú, me entregaré en cuerpo y esa alma que no poseo, a hacerte feliz. ¡Anda, encontré uno bueno!!!
Seguiré con la lista en otro pergamino, algún otro día. Ahora debo hacer el informe que tenía que entregar el viernes pasado. Espero que tu mente se vea afectada por los poderosos mensajes subliminales ocultos en esta carta (¡Bebe coca-cola! ¡¡Ámame siempre!!).
Te recuerdo que tu signo zodiacal es altamente compatible con el mío. Yo no creo en esas mierdas pero me estaba quedando sin ideas para convencerte.
Besos desde lo más profundo de mi desquiciado corazón.
Tuyo de mil maneras aún no descubiertas por la ciencia.
Jhon.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
Feliz navidad
Supongo
que un día es tan bueno, o más bien tan malo, como cualquier otro
para mandar a una persona a la mierda, pero aún así mi cabeza
ofuscada no podía parar de preguntarse por qué habías escogido la
primera navidad que pasaríamos juntos.
Me
sequé las lágrimas con la manga y supliqué una respuesta.
Supongo que técnicamente una carcajada es una respuesta.
Pensé
en el árbol en el que descansaban la tablet que querías, el reloj
que te vi curioseando hace dos semanas y el anillo de matrimonio que
no pude permitirme seis meses antes cuando empezamos a compartir
techo tras un frío encuentro de quince minutos con el notario.
El plan de recibir el año con la boda de tus sueños se había complicado ligeramente, me dije con sorna.
El plan de recibir el año con la boda de tus sueños se había complicado ligeramente, me dije con sorna.
Seguí
ahí, de rodillas, viéndote lanzar cosas en la maleta mientras me
preguntaba qué diablos había pasado y cuándo.
En la planta de abajo se enfriaba la cena: Un pavo tan muerto como lo nuestro. Supongo que tu gélida mirada será mi único postre esta noche.
No pude evitar preguntar si había alguien más. Al principio pensé que no me habías escuchado pero luego contestaste que sí había alguien mas.
En la planta de abajo se enfriaba la cena: Un pavo tan muerto como lo nuestro. Supongo que tu gélida mirada será mi único postre esta noche.
No pude evitar preguntar si había alguien más. Al principio pensé que no me habías escuchado pero luego contestaste que sí había alguien mas.
Un
hombre de verdad, añadiste separando tus manos unos treinta
centímetros mientras me lanzabas otra de esas horribles muecas que
pretendían ser risas.
Cerraste
la maleta como pudiste y bajaste las escaleras resoplando de rabia y
esfuerzo.
Soy tan imbécil que me ofrecí a llevarla. Eres tan miserable que aceptaste.
Soy tan imbécil que me ofrecí a llevarla. Eres tan miserable que aceptaste.
Cuando
llegamos a la primera planta el gato se asustó y se bajó de la
mesa.
Me
quitaste la maleta y abriste la puerta. El polarizado impedía ver al
conductor del vehículo que te esperaba afuera, pero no me hacía
falta. Cualquiera reconoce el auto de su mejor amigo.
Te giraste para lanzarme las llaves de casa y me dijiste feliz navidad mientras me guiñabas un ojo y dabas un portazo.
Te giraste para lanzarme las llaves de casa y me dijiste feliz navidad mientras me guiñabas un ojo y dabas un portazo.
Feliz
navidad contesté a la nada.
viernes, 9 de octubre de 2015
Miradas
La chica que te
gusta, esa que no sabes ni cómo se llama, está sentada frente a ti
y una enigmática sonrisilla de Gioconda cruza su cara cada vez que
te mira.
De vez en cuando tú,
que de reojo no has parado de analizar cada cosa que ella hace,
miras hacia el frente y entonces ella ruborizada baja la cabeza y
esconde el rostro tras su bonita cabellera castaña.
Si fueras más
decidido tal vez ahora estarías charlando con ella, pero no lo eres.
También ocultas tu rostro y el juego de miradas huidizas se prolonga
un buen rato.
Par de cobardes.
Ella algunas veces ha levantado rostro y mano en el gesto universal de quien quiere decirte algo, pero no lo hace.
Incluso se
levantó y caminó hacia ti pero prefirió dar la vuelta y
volverse a sentar mordiéndose una uña.
Le mandas un mensaje
de whatsapp a tu mejor amigo explicándole la situación.
“La tienes en tus
garras imbécil, lánzate”, dice el mensaje que te manda como
respuesta. El ruidoso mugido de vaca que tienes como tono para los
mensajes hace que ella de un salto en su sitio y te mire, una vez
más, cubierta de delicioso rubor.
-Lo siento, siempre
digo que voy a cambiar el tono de whatsapp- Comentas con voz insegura
mientras lees el mensaje.
Por primera vez en
tu vida le escuchas la voz y lo que dice te deja al borde de un
ataque al corazón:
-¿Me darías tu
número?
¿Tu número? Tienes
ganas de decirle que le darías hasta la última gota de tu sangre si
te la pide. Quisieras decirle que le darías tu alma partida en
trozos y envuelta para llevar si es lo que quiere...pero no lo haces.
Te limitas a tartamudear los dígitos de tu teléfono después de
haber pasado la vergüenza de buscar en tus contactos porque no
podías recordar el número.
Ella sin decir nada
los ingresa moviéndose con soltura por la pantalla táctil. Durante
unos diez minutos escribe y escribe. Los gestos de sus dedos delatan
a quien decide una y otra vez borrar todo el texto y comenzar de
nuevo. La uña es mordisqueada nuevamente en actitud reflexiva
mientras tú observas las maniobras con el corazón en un puño.
-Prométeme algo-
Dice ella con voz suplicante.
-Lo que quieras-
Contestas tú con más sinceridad de la que han tenido nunca las
palabras que salen de tus labios.
-Prométeme que no
lo leerás hasta que yo me haya ido.
La perspectiva de su
lejanía te rompe en minúsculos fragmentos, pero el mensaje es la
esperanza de que sólo sea un hasta pronto así que mueves tu cabeza
de arriba abajo de una forma tan enérgica, y a la vez tan patética,
que parece que se desprenderá de tu cuello.
Ella toca su
pantalla y un nuevo mugido arruina la atmósfera de suspenso.
La chica, más roja
que nunca, se levanta de la silla con la cabeza gacha. Con la misma
mano de la uña mordisqueada se coloca un mechón castaño para
cubrir bien su cara y sale a toda carrera mientras susurra algo que
sonó vagamente como “chao”.
Tú observas
cumpliendo a cabalidad con tu palabra, cómo aborda un taxi en la
esquina. Cuando la mancha amarilla desaparece en el horizonte
intentas desbloquear con mano temblorosa la pantalla de tu teléfono
pero se cae al suelo y la tapa se sale expulsando a dos metros la
batería.
Maldices tu suerte y
reconstruyes tu aparato consolándote en que ella no vio la estupidez
cometida. Ruegas despacito a todos esos dioses en los que no crees
“Por favor que encienda, por favor que encienda...”.
¡Encendió! Saltas
y celebras sintiendo que por primera vez en tu vida el maldito Coelho
puede tener razón y el universo conspira a tu favor. Al fin lees el
mensaje:
OYE TIENES LA
CREMALLERA BAJADA :(
lunes, 21 de septiembre de 2015
Roberta Glamour
Unos últimos retoques y ya estaba lista. Ya no era Roberto G (la “G”
era de García) como aseguraba la plaquita prendida a la camisa de la
que se despojó hacía un buen rato.
Ahora era Roberta G (pronunciado “Yi”, solía decir) y esa “G” era de Glamour.
Fue precisamente así como la presentaron, como Roberta Glamour.
Al escuchar los cálidos aplausos su rostro se iluminó, se acomodó el relleno del sujetador y salió taconeando con sus enormes plataformas al encuentro de sus amados parroquianos.
A pocos metros del escenario tropezó con un colosal saco de plumas y lentejuelas.
La voluminosa Agatha acababa de terminar su espectáculo. Con metro noventa y mas de ciento veinte kilos pocos habrían sospechado que se ganaba la vida imitando a la Pantoja.
Al ver a Roberta; Agatha, a quien cariñosamente en referencia a su enorme talla todos llamaban “maricasauria”, le dio un fuerte abrazo de oso que le sacó nuevamente de su sitio las tetas postizas.
-¡Rómpete una pata, zorra! -le deseó con una sonora carcajada.
Roberta se acomodó el pecho y salió a realizar su monólogo:
-Estoy aquí, damas y caballeros, porque el salón de espectáculos “La Gata Loca” recibió dos mil quinientos correos electrónicos pidiendo que se me invitara... El público incrédulo le lanzó una mirada de desconfianza. Roberta se rió interiormente y continuó:
-Y los dueños decidieron que una loca que se pone a escribir dos mil quinientos e-mails merece que la inviten...
Todos estallaron estrepitosamente ante la ocurrencia y Roberta supo que ya los tenía.
Continuó hablándoles de su vida mientras se movía con soltura entre las mesas. Les contó que su familia era tan pobre que el último que había probado la carne había sido ella hace quince años en un glory hole.
El público le celebraba cada burrada y un joven rubio, obligado por sus compañeros de mesa, le dio un manotazo en el trasero al que ella respondió con un beso en los labios. El chico se puso rojo de tal manera que Roberta temió por su salud, se levantó y corrió sin parar hasta llegar a la salida mientras entre risas ella le gritaba:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Quince minutos después, entre vítores, Roberta desaparecía del escenario.
Se duchó y se puso nuevamente su uniforme de guarda de seguridad.
Volvía a ser Roberto García.
Salió por la puerta de atrás, se topó con varias personas que habían estado en el espectáculo y ninguna lo reconoció, como tampoco lo reconocieron los compañeros del chiquillo del beso que esperaban a Roberta armados con palos. El rubio no estaba con ellos y en cierto modo eso le alivió. No quería pensar que había besado a un homofóbico.
Cuando llegó a la fábrica de conservas que cuidaba en el turno de las tres de la madrugada, le presentaron a su nuevo compañero: el mismo joven de la gata loca.
Carlos, que era como se llamaba aquel chico, no reconoció a Roberta Glamour en su colega.
Tras las presentaciones salieron a hacer la ronda y no habían caminado mucho cuando una enorme mole cruzó la calle.
Maricasauria, aún envuelta en plumas y lentejuelas, se dirigía a su hogar.
Carlos agarró una lata y se la lanzó con rabia.
-¡Maricón!
Agatha no estaba acostumbrada a quedarse callada y le soltó:
-¡Tu madre! -Luego echó a correr tan rápido como le permitían sus tacones.
El joven sacó su tonfa y salió a perseguirla. Roberto decidió que debía hacer algo, pero no sabía qué así que gritó:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Carlos se frenó en seco y guardó su porra.
Sin decir una palabra volvió a su puesto procurando mantener cierta distancia de Roberto mientras mentalmente redactaba una solicitud de traslado.
Ahora era Roberta G (pronunciado “Yi”, solía decir) y esa “G” era de Glamour.
Fue precisamente así como la presentaron, como Roberta Glamour.
Al escuchar los cálidos aplausos su rostro se iluminó, se acomodó el relleno del sujetador y salió taconeando con sus enormes plataformas al encuentro de sus amados parroquianos.
A pocos metros del escenario tropezó con un colosal saco de plumas y lentejuelas.
La voluminosa Agatha acababa de terminar su espectáculo. Con metro noventa y mas de ciento veinte kilos pocos habrían sospechado que se ganaba la vida imitando a la Pantoja.
Al ver a Roberta; Agatha, a quien cariñosamente en referencia a su enorme talla todos llamaban “maricasauria”, le dio un fuerte abrazo de oso que le sacó nuevamente de su sitio las tetas postizas.
-¡Rómpete una pata, zorra! -le deseó con una sonora carcajada.
Roberta se acomodó el pecho y salió a realizar su monólogo:
-Estoy aquí, damas y caballeros, porque el salón de espectáculos “La Gata Loca” recibió dos mil quinientos correos electrónicos pidiendo que se me invitara... El público incrédulo le lanzó una mirada de desconfianza. Roberta se rió interiormente y continuó:
-Y los dueños decidieron que una loca que se pone a escribir dos mil quinientos e-mails merece que la inviten...
Todos estallaron estrepitosamente ante la ocurrencia y Roberta supo que ya los tenía.
Continuó hablándoles de su vida mientras se movía con soltura entre las mesas. Les contó que su familia era tan pobre que el último que había probado la carne había sido ella hace quince años en un glory hole.
El público le celebraba cada burrada y un joven rubio, obligado por sus compañeros de mesa, le dio un manotazo en el trasero al que ella respondió con un beso en los labios. El chico se puso rojo de tal manera que Roberta temió por su salud, se levantó y corrió sin parar hasta llegar a la salida mientras entre risas ella le gritaba:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Quince minutos después, entre vítores, Roberta desaparecía del escenario.
Se duchó y se puso nuevamente su uniforme de guarda de seguridad.
Volvía a ser Roberto García.
Salió por la puerta de atrás, se topó con varias personas que habían estado en el espectáculo y ninguna lo reconoció, como tampoco lo reconocieron los compañeros del chiquillo del beso que esperaban a Roberta armados con palos. El rubio no estaba con ellos y en cierto modo eso le alivió. No quería pensar que había besado a un homofóbico.
Cuando llegó a la fábrica de conservas que cuidaba en el turno de las tres de la madrugada, le presentaron a su nuevo compañero: el mismo joven de la gata loca.
Carlos, que era como se llamaba aquel chico, no reconoció a Roberta Glamour en su colega.
Tras las presentaciones salieron a hacer la ronda y no habían caminado mucho cuando una enorme mole cruzó la calle.
Maricasauria, aún envuelta en plumas y lentejuelas, se dirigía a su hogar.
Carlos agarró una lata y se la lanzó con rabia.
-¡Maricón!
Agatha no estaba acostumbrada a quedarse callada y le soltó:
-¡Tu madre! -Luego echó a correr tan rápido como le permitían sus tacones.
El joven sacó su tonfa y salió a perseguirla. Roberto decidió que debía hacer algo, pero no sabía qué así que gritó:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Carlos se frenó en seco y guardó su porra.
Sin decir una palabra volvió a su puesto procurando mantener cierta distancia de Roberto mientras mentalmente redactaba una solicitud de traslado.
lunes, 31 de agosto de 2015
El ángel
Todo ocurrió una tarde cualquiera en un semáforo averiado
cualquiera. Los vehículos protestaban en una algarabía de pitos e
insultos mientras dos taxistas se culpaban mutuamente de un accidente
y un policía tomaba apuntes frenéticos en una libretita.
Nadie se dio cuenta de en qué momento apareció, de repente estaba
ahí sin más.
Cabello azabache, piernas larguísimas y pechos ingrávidos. Los
vehículos dejaron de pitar y hasta los motores parecieron ronronear
inquietos ante la presencia sobrenatural.
El policía seguía rayando la libreta sin mirar, el forcejeo entre
los taxistas se convirtió en un abrazo acompañado de bocas
babeantes, el mimo no pudo evitar exclamar “madre santa”, el
abuelo Edgardo recuperó la erección perdida desde mil novecientos
noventa y ocho, a dos niños les cambió la voz y hasta juraría que
les empezó a salir pelo en la cara, los novios soltaban con disimulo
las manos de sus novias y estas en lugar de enfadarse les palmeaban
el hombro comprensivas.
“Hemos terminado” dijo Sandra a Daniel quien preguntó sin
interés alguno si era porque él estaba mirando aquella extraordinaria
aparición.
“No, es que ahora soy lesbiana” replicó ella apartándose.
Los integrantes del atasco se apiñaban en la esquina y un par de
autos se redujeron a acordeones sin que sus dueños hicieran nada por
evitarlo. Un médico que se dirigía a su casa sacó el fonendoscopio
y se auscultó a sí mismo ante una evidente taquicardia. “A la
mierda” dijo arrojando el cacharro al suelo y siguió mirando.
Alguien sacó el teléfono con la intención de tomar una foto y
aquel ser etéreo se dio la vuelta.
“No te vayas” exclamaron todos en un único grito de
sincronización perfecta.
“Yo voy contigo” dijo Daniel abandonando a Sandra quien lo golpeó con el bolso al grito de “Ella es mía hijo de puta”.
“Yo voy contigo” dijo Daniel abandonando a Sandra quien lo golpeó con el bolso al grito de “Ella es mía hijo de puta”.
El abuelo Edgardo apuntaba a todos, ahora no sólo con su pene, sino
también con su paraguas y lanzaba miradas belicosas como si
nuevamente estuviera en la guerra de Corea; Vanessa, que había
ensayado su femenina voz durante años ahora gritaba con tono de
barítono que se alejaran de su chica, el mimo atacaba con una espada
invisible hasta que un motociclista lo golpeó con un casco muy real,
los ex-lampiños se intentaban sacar los ojos uno al otro y un novio
del que nunca supimos el nombre arremetió contra todos usando como
arma un tacón de su (ex)novia que rodó por el suelo cuando se lo quitaron.
El caos se abalanzó sobre la esquina hasta que un disparo se impuso
por encima de los ruidos apocalípticos de la gresca.
“Quietos todos” gritó el policía con los ojos inyectados de
deseo y con voz almibarada añadió “Señorita permítame
escoltarla hasta...”.
No supimos a dónde la quería escoltar aquel infeliz, ella se había
evaporado.
Todos miraron confundidos a su alrededor y uno que otro hasta buscó
debajo de los autos. “Tal vez era un ángel” aventuró uno de los
muchachos, que había recuperado la voz aflautada y perdido el vello
corporal. “Debió ser eso” comentó Edgardo con el pene mustio.
En la pequeña casa azul justo frente al semáforo alguien había
dado un furioso portazo. Esta vez no había podido dar ni diez pasos
en la calle antes de que se desencadenara la locura.
Se quitó los zapatos dejando al descubierto unos pies delicados y al
agarrarse para mantener el equilibrio se dio de frente con su
reflejo, su maravilloso y deslumbrante reflejo.
Le arrojó enfadada un manolo al espejo y se sentó a llorar su
maldición. Unas manos perfectas cubrieron su rostro de ángel y las
lágrimas rodaron haciendo que se corriera el maquillaje con el que en
vano había intentado afearse un poco para poder salir.
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