sábado, 21 de febrero de 2015

Bajo el puente

La rubia  dejó su mochila de camping en el suelo y exclamó con su español de acento teutón:
-Al menos el puente es bonito y parece nuevo, no creo que me caiga encima.
-Tranquila, fue construido en 1991 lo que es más bien reciente para un puente.
Una vez repuesta del susto y acostumbrada a la penumbra, echó un vistazo al propietario de la voz y se dio cuenta que no debía tener más de cuarenta. Aunque harapiento iba aceptablemente limpio.
-Hola, amigo, no lo había visto. Me asaltaron y hasta mañana no me envían dinero mis padres. Pensé guarecerme aquí esta noche pero veo que está ocupado.
-Mi puente es tu puente. No creo que nadie más venga esta noche y tengo un sandwich extra.
Arrojó a la chica un paquete de papel aluminio y sacó otro más para él.
-Mi nombre es Margareth. Y usted es...
-Leopoldo Villamizar, a su servicio- Respondió sonriendo y haciendo una reverencia que ella encontró graciosa.
-¿Cómo sabe que el puente es del 91?
-Ya se lo dije: Es mi puente, lo inauguré en 1991. La idea (Y admito que no me resultó del todo) era combinar recursos arquitéctonicos que habían caído en desuso desde el siglo XIX con materiales modernos como el acero y el vidrio templado. No es mi mejor obra, pero no está del todo mal y protege de la lluvia.
-¿Ustes es el arquitecto, ingeniero o lo que sea, que hizo este puente?
-Las dos cosas, arquitecto e ingeniero. Y si hubiera podido habría sido hasta el que mezclaba concreto.
La historia que siguió a continuación era propia de ese Macondo que Margareth buscaba sin éxito en su recorrido por Colombia. Una historia de triunfos y fracasos, de pecados y penitencias, de ascensos y caídas.
Cuando Leopoldo terminó, Margareth lloraba. Entonces fue el turno de su historia.
La de ella era mucho menos impresionante: Niña rica se larga de paseo con una mochila al hombro, es asaltada y acaba bajo un puente esperando que papi mande más dinero.
Lo más interesante que le había pasado hasta ese momento había sido terminar ahí, escuchando encandilada una historia asombrosa. Lo más alucinante de su vida había sido acostarse con un indigente bajo el puente que él había diseñado en tiempos mejores.
A la mañana siguiente se levantó de puntillas, recogió sus escasas pertenencias y se fue sin despertar al arquitecto venido a menos.
Leopoldo Villamizar fingió no verla partir y continuó con los ojos cerrados hasta que alguien lo pateó suavemente.
-¡Mucho hijueputa parce! ¡Se comió a la gringuita jajaja! No me diga que le contó la historia del arquitecto. Quién iba a pensar que esa güevonada sirviera para conseguir hembras.
-Ya ves, no es la primera.
-¿Carlos pero cómo carajos no se dan cuenta que todas esas maricadas del puente las leyó en la placa que está ahí mismo?

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