El lenguaje es bastante "español de España" porque lo hice cuando vivía del otro lado del charco.
Lenguaje de signos
Me esnifé la
última rayita y me metí una pirula que no sabía exactamente de qué era.
Salí de la habitación con un colocón que sólo una madre es incapaz de ver.
Me preguntó si
quería desayunar y le dije que no. Me preguntó si iba a salir para
algún lado y le dije que sí. Preguntó entonces dónde iba y en medio de la nube
de coca que me envolvía no atiné a contestar nada coherente así que cambié mi
respuesta anterior por un no. No iba para ningún lado.
No sé en qué
momento sucedió, pero de repente me encontraba comiendo un desayuno
que no había pedido. Es lo que tienen
las madres.
La gorda vecina
del frente apareció en el salón con rostro preocupado. En realidad
siempre tenía la cara como si le acabasen de dar un par de hostias.
Le pidió a mi
madre que por favor fuese a buscar a su hija al colegio porque su madre (la
de la gorda) se había puesto mala y debía ir a urgencias en seguida.
Mi vieja le
dijo que ella tampoco podía ir porque tenía un compromiso ineludible
y en ese momento supe, aunque mi madre no me hubiese ni mirado,
que la había cagado al decir que no iba para ningún lugar. Intenté escapar
disimuladamente pero era tarde, me encasquetaron el marrón a mí y a regañadientes
acepté.
Cuando la
vecina se largó, me cagué en todos sus muertos y le dije a
mi madre que a mí no me metiera en sus follones.
Me dijo que le
hiciese ese favor a la vecina; que la hija, esa pobre chica, era sorda y
había que ir a buscarla. Pregunté si era sólo sorda o también idiota o
paralítica, no podía entender cuál era el puto problema que le impedía regresar
sola. Mi madre me miró mal y me dijo que tenía siete años.
Me harté de
protestar y me dirigí a la dirección que me apuntó la vecina en un papel
mugroso. Cuando llegué aún estaban en clase y me senté a esperar fuera.
La coca se me
subía y el desayuno me estaba sentando mal. Los chicos empezaron salir en un
silencio que me daba muy mal rollo y comencé a creer que también me había
quedado sordo.
Todos usaban
signos. Movían las manos en lo que a mí me parecían aspavientos absurdos
y se reían con risas inaudibles. Cada vez más estudiantes, cada vez
más signos.
Ahora no
alcanzo a comprender los motivos, pero lo cierto es que empecé a sudar,
esos chicos me ponían nervioso. Eran decenas moviendo las manos, tal vez
conspirando para matarme delante de mis propias
narices. ¿Ese no había hecho un signo que parecía una pistola?
Agarré una
botella vacía que estaba a mi lado y me preparé para lo peor.
Miré la foto de
carnet que me habían dado y busque a la niña entre los conspiradores pero no estaba ahí.
Una nueva
manada de manos dialogantes cruzó la puerta del cole y de repente me vi
rodeado de críos que parecían dar vueltas. Sus rostros se alargaban y encogían
mientras sus risas mudas se transformaban en diabólicas muecas.
Las manos se
movían; cientos de manos produciendo un sonido parecido al
ronroneo de un motor bien afinado, un motor que sólo yo podía
escuchar. Pronto el ronroneo se convirtió en un ruido atronador.
Los
conspiradores intentaban volverme loco, sin duda era ese su plan. Las manos eran
cada vez más amenazantes y su forma de moverse debía ser lo que los
sordomudos llaman gritar. Me cubrí los oídos pero el ruido de esas manos
taladraba mi cerebro. No
aguanté más y les grité:
¡Cállense las
putas manos de una vez!
Algunos me
miraron durante un segundo y luego me ignoraron. Nuevos movimientos
de mano celebraban que por fin había perdido la razón.
Sentí que
alguien se aproximaba por mi espalda y sin mirar le aticé con la botella.
En medio de la sangre distinguí la cara de la niña de la foto. Descubrí en su
mirada que ella sí me conocía a mí de antes.
Solté lo que
quedaba de la botella y corrí.
Desgarrador. Lo que puede hacer la droga en la mente de alguien. Pobre niña el susto que se habrá llevado. Genial. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias María. Siempre es un placer tu visita.
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