La chica que te
gusta, esa que no sabes ni cómo se llama, está sentada frente a ti
y una enigmática sonrisilla de Gioconda cruza su cara cada vez que
te mira.
De vez en cuando tú,
que de reojo no has parado de analizar cada cosa que ella hace,
miras hacia el frente y entonces ella ruborizada baja la cabeza y
esconde el rostro tras su bonita cabellera castaña.
Si fueras más
decidido tal vez ahora estarías charlando con ella, pero no lo eres.
También ocultas tu rostro y el juego de miradas huidizas se prolonga
un buen rato.
Par de cobardes.
Ella algunas veces ha levantado rostro y mano en el gesto universal de quien quiere decirte algo, pero no lo hace.
Incluso se
levantó y caminó hacia ti pero prefirió dar la vuelta y
volverse a sentar mordiéndose una uña.
Le mandas un mensaje
de whatsapp a tu mejor amigo explicándole la situación.
“La tienes en tus
garras imbécil, lánzate”, dice el mensaje que te manda como
respuesta. El ruidoso mugido de vaca que tienes como tono para los
mensajes hace que ella de un salto en su sitio y te mire, una vez
más, cubierta de delicioso rubor.
-Lo siento, siempre
digo que voy a cambiar el tono de whatsapp- Comentas con voz insegura
mientras lees el mensaje.
Por primera vez en
tu vida le escuchas la voz y lo que dice te deja al borde de un
ataque al corazón:
-¿Me darías tu
número?
¿Tu número? Tienes
ganas de decirle que le darías hasta la última gota de tu sangre si
te la pide. Quisieras decirle que le darías tu alma partida en
trozos y envuelta para llevar si es lo que quiere...pero no lo haces.
Te limitas a tartamudear los dígitos de tu teléfono después de
haber pasado la vergüenza de buscar en tus contactos porque no
podías recordar el número.
Ella sin decir nada
los ingresa moviéndose con soltura por la pantalla táctil. Durante
unos diez minutos escribe y escribe. Los gestos de sus dedos delatan
a quien decide una y otra vez borrar todo el texto y comenzar de
nuevo. La uña es mordisqueada nuevamente en actitud reflexiva
mientras tú observas las maniobras con el corazón en un puño.
-Prométeme algo-
Dice ella con voz suplicante.
-Lo que quieras-
Contestas tú con más sinceridad de la que han tenido nunca las
palabras que salen de tus labios.
-Prométeme que no
lo leerás hasta que yo me haya ido.
La perspectiva de su
lejanía te rompe en minúsculos fragmentos, pero el mensaje es la
esperanza de que sólo sea un hasta pronto así que mueves tu cabeza
de arriba abajo de una forma tan enérgica, y a la vez tan patética,
que parece que se desprenderá de tu cuello.
Ella toca su
pantalla y un nuevo mugido arruina la atmósfera de suspenso.
La chica, más roja
que nunca, se levanta de la silla con la cabeza gacha. Con la misma
mano de la uña mordisqueada se coloca un mechón castaño para
cubrir bien su cara y sale a toda carrera mientras susurra algo que
sonó vagamente como “chao”.
Tú observas
cumpliendo a cabalidad con tu palabra, cómo aborda un taxi en la
esquina. Cuando la mancha amarilla desaparece en el horizonte
intentas desbloquear con mano temblorosa la pantalla de tu teléfono
pero se cae al suelo y la tapa se sale expulsando a dos metros la
batería.
Maldices tu suerte y
reconstruyes tu aparato consolándote en que ella no vio la estupidez
cometida. Ruegas despacito a todos esos dioses en los que no crees
“Por favor que encienda, por favor que encienda...”.
¡Encendió! Saltas
y celebras sintiendo que por primera vez en tu vida el maldito Coelho
puede tener razón y el universo conspira a tu favor. Al fin lees el
mensaje:
OYE TIENES LA
CREMALLERA BAJADA :(
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