viernes, 9 de octubre de 2015

Miradas

La chica que te gusta, esa que no sabes ni cómo se llama, está sentada frente a ti y una enigmática sonrisilla de Gioconda cruza su cara cada vez que te mira.
De vez en cuando tú, que de reojo no has parado de analizar cada cosa que ella hace, miras hacia el frente y entonces ella ruborizada baja la cabeza y esconde el rostro tras su bonita cabellera castaña.
Si fueras más decidido tal vez ahora estarías charlando con ella, pero no lo eres. También ocultas tu rostro y el juego de miradas huidizas se prolonga un buen rato.
Par de cobardes. Ella algunas veces ha levantado rostro y mano en el gesto universal de quien quiere decirte algo, pero no lo hace.
Incluso se levantó y caminó hacia ti pero prefirió dar la vuelta y volverse a sentar mordiéndose una uña.
Le mandas un mensaje de whatsapp a tu mejor amigo explicándole la situación.
“La tienes en tus garras imbécil, lánzate”, dice el mensaje que te manda como respuesta. El ruidoso mugido de vaca que tienes como tono para los mensajes hace que ella de un salto en su sitio y te mire, una vez más, cubierta de delicioso rubor.
-Lo siento, siempre digo que voy a cambiar el tono de whatsapp- Comentas con voz insegura mientras lees el mensaje.
Por primera vez en tu vida le escuchas la voz y lo que dice te deja al borde de un ataque al corazón:
-¿Me darías tu número?
¿Tu número? Tienes ganas de decirle que le darías hasta la última gota de tu sangre si te la pide. Quisieras decirle que le darías tu alma partida en trozos y envuelta para llevar si es lo que quiere...pero no lo haces. Te limitas a tartamudear los dígitos de tu teléfono después de haber pasado la vergüenza de buscar en tus contactos porque no podías recordar el número.
Ella sin decir nada los ingresa moviéndose con soltura por la pantalla táctil. Durante unos diez minutos escribe y escribe. Los gestos de sus dedos delatan a quien decide una y otra vez borrar todo el texto y comenzar de nuevo. La uña es mordisqueada nuevamente en actitud reflexiva mientras tú observas las maniobras con el corazón en un puño.
-Prométeme algo- Dice ella con voz suplicante.
-Lo que quieras- Contestas tú con más sinceridad de la que han tenido nunca las palabras que salen de tus labios.
-Prométeme que no lo leerás hasta que yo me haya ido.
La perspectiva de su lejanía te rompe en minúsculos fragmentos, pero el mensaje es la esperanza de que sólo sea un hasta pronto así que mueves tu cabeza de arriba abajo de una forma tan enérgica, y a la vez tan patética, que parece que se desprenderá de tu cuello.
Ella toca su pantalla y un nuevo mugido arruina la atmósfera de suspenso.
La chica, más roja que nunca, se levanta de la silla con la cabeza gacha. Con la misma mano de la uña mordisqueada se coloca un mechón castaño para cubrir bien su cara y sale a toda carrera mientras susurra algo que sonó vagamente como “chao”.
Tú observas cumpliendo a cabalidad con tu palabra, cómo aborda un taxi en la esquina. Cuando la mancha amarilla desaparece en el horizonte intentas desbloquear con mano temblorosa la pantalla de tu teléfono pero se cae al suelo y la tapa se sale expulsando a dos metros la batería.
Maldices tu suerte y reconstruyes tu aparato consolándote en que ella no vio la estupidez cometida. Ruegas despacito a todos esos dioses en los que no crees “Por favor que encienda, por favor que encienda...”.
¡Encendió! Saltas y celebras sintiendo que por primera vez en tu vida el maldito Coelho puede tener razón y el universo conspira a tu favor. Al fin lees el mensaje:


OYE TIENES LA CREMALLERA BAJADA :(

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