domingo, 25 de enero de 2015

El camino de las plantas canívoras

Domingo, cinco de la mañana. Salí arrastrando mis pies mientras intentaba mantener los ojos abiertos. Turno de día en el centro comercial a una hora de mi casa. 
Miro bostezante a todos lados y no veo rastro alguno de buses o colectivos. No hay ni un miserable taxi y mi expediente no soporta otra llegada tarde. Justo hoy el hijo de puta Ospino está como coordinador. 
De repente en la lejanía, como en un viejo capítulo de capitán Centella, aparece Charlie con su pulsar 220. Esa es su consentida, el amor de sus amores. Nadie ha querido jamás a nadie como ama aquel hombre a su moto. 
-¡CHARLIEEEEE!  
Charlie detiene su vehículo y me ve del otro lado de la circunvalación. Me hace una seña con la mano y yo agito el brazo indicándole que quiero que se acerque. 
Charlie sube la moto por el puente peatonal y se pone a mi lado en pocos segundos. 
-¿Qué más compa? ¿Uniformado un domingo a esta hora? ¡No seas tan marica! 
-Me tocó trabajar. Ya sabes que no todos somos unos Rockefeller como tú.  
Seguimos hablando un par de minutos. Charlie venía de una fiesta y no había bebido porque en primer lugar debía conducir su moto y en segundo lugar quería tirarse a una chica famosa por volverse de fácil acceso tras beber. Debió haberlo logrado porque se le veía contento. 
-Charlie compadre, necesito un favor tuyo. 
-Sabía que no me llamaste para saludar. Plata no tengo, te la canto de una. 
-No es eso. Es que no consigo transporte y no quiero llegar tarde. Tengo dos llamados de atención por llegar con retraso al puesto. 
-Ok, compa. En moto vamos sobrados de tiempo, dame un minuto que vaya a casa por el otro casco y salimos. 
-Listo mijito, le debo una. 
Cinco minutos después Charlie había regresado. 
-¡Mierda Charlie! No me puedo poner eso. 
-¿Qué tiene de malo? 
-¡Que es rosado gran pendejo! 
-¿Y? 
-¿Cómo que “y”? ¿Sabes lo que va a pasar si nos ve alguno del barrio juntos en una moto y uno de nosotros llevando un casco rosado? 
-Pues si no es con ese no hay de otra. Es el único que tengo y lo escogió mi novia porque sólo lo suelo usar para llevarla a ella. Te estás portando de una forma muy inmadura, viejito. 
-Usa tú ese entonces. 
-¿Te crees que soy marica? No me pongo esa mierda ni loco. Mi moto, mis reglas. Ponte esa cosa y vámonos. 
A regañadientes me puse el casco rosa y me subí a la moto tratando de dejar la mayor separación posible entre Charlie y yo. 
El casco no tenía visera lo que incomodaba doblemente porque la brisa me escocía en los ojos y no podía ocultarme de conocidos que vinieran regresando de alguna rumba. 
Lo del casco rosa en realidad personalmente me parecía una estupidez, pero estaba rodeado de vecinos idiotas y amigos que pasaban los treinta y seguían siendo adolescentes retrasados. No quería darles munición para joderme durante los próximos noventa años. 
Aún pensaba en todo eso cuando Charlie detuvo la pulsar. Había un atasco gigantesco e inusual a esas horas. Seguramente un accidente más adelante. 
-Tranquilo parcero que conozco un atajo. 
Le dije que sí distraído y Charlie se subió a la acera. Al llegar a la esquina se metió en contravía y salimos a un lugar en el que dominaba el verde. 
-¡Marica qué hiciste, son las plantas carnívoras! 
-¿Quieres llegar o no? 
-Sí, pero si nos ven nos la montan hasta el fin de nuestros días. 
La calle en la que estábamos, era la zona de los moteles. Todas las fachadas estaban ocultas tras una tupida vegetación. Laureles en su mayoría. 
Las parejas pasaban disimulando y desaparecían tras las plantas que en la ciudad acabamos por llamar carnívoras por la forma en que engullían tortolitos. 
Llegamos al otro extremo del camino de las plantas carnívoras y Charlie me llamó pendejo paranoico. Empecé a reírme de mí y el pito de un auto me hizo ahogar la carcajada. 
Ya estábamos de nuevo en la circunvalación y un destartalado Sprint verde nos saludaba mientras un gordo con la cara llena de granos se asomaba por la ventana grabando con el teléfono. 
-Hola parejita. 
-Gordo hijueputa. 
-Que lindo: Dos amigos descubren el amor. 
-Vaya a que lo rompan. 
-Roto vienes tú jajaja. Cuenten dónde estaban ¿Paraíso griego? ¿Las mil una noches? ¿Valhalla del amor? 
No alcancé a ver quién conducía pero escuché su voz. Era el flaco Anaya. Con ellos dos chicas del barrio que sonrojadas miraban hacia el suelo tal vez creyéndose las bromas de los dos idiotas esos. 
-¿Gordo, cuál es el papá y cuál la mamá?- Preguntó el flaco. 
-¿Cuál va a ser? El muerde almohadas es el del casco rosa, eso fijo. 
Me quité el casco y se lo arrojé al gordo a la cara. Su nariz empezó a sangrar y Anaya temeroso alejó el sprint. 
-¡Marica, el casco!- Rugió Charlie pero no se detuvo, tal vez asustado por la cara del gordo. 
Avanzamos unos pocos metros y caímos directos a un retén policial. Nos detuvieron porque yo no llevaba casco y al requisarnos le encontraron algunos gramos de coca a Charlie. 
Definitivamente no llegaría a tiempo al centro comercial. Charlie estaba demasiado abatido para culparme a mí pero lo escuché todo el camino a la estación murmurar: 
-Todo por el puto casco rosado.

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