Franky
Franky había
cobrado vida hacía sólo seis meses pero Víctor ya se sentía un
anciano y de hecho había empezado a encanecer.
Llegó dando un
portazo, arrojó la mochila al sofá y tomó rumbo a las escaleras.
-Franky, hijo ¿No
piensas saludar?
-¡Tú no eres mi
padre, Victor! ¡Eres mi creador y te odio!
-No entiendo por qué
te cuesta tanto adaptarte a la vida, hijo. No quieres hablarlo
conmigo y tampoco con la psicóloga.
La mención a la
psicóloga pareció enfurecerlo más.
-¡Idiota! ¿Es que
no ves que soy un monstruo?
-¿Monstruo? Pero si
me dijiste que querías jugar fútbol y te conseguí las piernas de
aquel futbolista tan bueno. Parece que piensas que esas cosas las
venden por Ebay.
-¿De qué me sirve
el fútbol?
-No sólo el fútbol.
Te conseguí las manos de aquel joven artista que...
-¿Sabes lo que
hacen los matones del colegio a los artistas?
-Bueno hijo, puedes
defenderte. Tienes ese cuerpo musculoso de aquel boxeador y un
cerebro de físico nuclear. El rostro era de
aquel cantante que gustaba tanto a las chicas. Seguro que todas
piensan que eres muy guapo
Ahora Víctor
parecía estar llegando al punto. Franky estaba rojo como un tomate. Algo se le estaba atragantando.
-Hay cosas que no tendría que decirlas. Un padre debería saberlas.
-Hijo, puedes decirme lo que quieras. Sólo dime qué necesitas para ser feliz y lo
conseguiré.
Franky parecía a
punto de explotar y Víctor no pensaba rendirse ahora que se estaba
acercando:
-Anda hijo, confía
en mí. Cuéntale a papá cuál es tu problema.
-¡Un pene, idiota!
¡No me pusiste pene!
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